A veces estas cosas pasan
A veces estas cosas pasan
Perdí la visión del ojo derecho con treinta años. Me hicieron mil pruebas y nunca supieron decirme por qué. Tras la enésima resonancia magnética, una neuróloga se sentó conmigo, se encogió de hombros y dijo: "Lo siento, a veces estas cosas pasan".
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Pero yo no me di por vencido. Durante todo un año leí literatura médica, sin tener ni puta idea pero con mucha voluntad. Como resultado me convertí en un pequeño experto sobre patologías del nervio óptico. Lo sigo siendo. Y estudie Periodismo. Qué loca es la vida.
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Veréis: yo ya sabía que la visión no volvería jamás. Pero aun así, necesitaba una explicación. Quería conocer la causa, elaborar un relato de lo que me había pasado, poder echar la culpa a algo. Aunque fuese a la última bacteria exótica y rarísima capaz de provocar algo así.
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Muchas veces creemos que ciertas cosas nos han sido dadas y siempre estarán ahí. Creemos que nos despertarnos y podremos caminar y preparar tostadas y café. Que abriremos un libro y podremos leerlo. Que alguien nos quiere y siempre nos seguirá queriendo.
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Os diré algo: es posible que no.
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Los seres humanos somos muy eficientes aceptando la pérdida. Pero para ello debemos racionalizarla. De lo contrario, sólo queda el sinsentido, lo arbitrario, el caos. No somos tan buenos encarando semejante abismo. Necesitamos entender. Siempre.
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Pero eso lo comprendí más tarde. Porque por aquella época, mi única obsesión (y quien me conoce sabe que puedo ser muy obsesivo) era encontrar la puta causa de que, de un día para otro, una nebulosa negra se hubiera instalado en mi ojo derecho para siempre.
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Perdí mi trabajo. Abandoné mi vida social y cualquier ocupación que me distrajera de mi única y sagrada empresa. Ya era una cuestión de amor propio. No hacía otra cosa. Me deprimí. Si alguien trataba de animarme, me refugiaba en el orgullo del sufrimiento. Lo echaba de allí.
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Incluso estuve a punto de perder a la mujer a la que amaba. Pero ella siempre estuvo allí. No me dejó solo ni un segundo. Y eso que por aquel entonces yo era la peor compañía sobre la faz de la tierra. En serio: no sé qué hubiera sido de mí sin ella.
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Un buen día, ante lo infructuoso de mi investigación, decidí volver a la neuróloga. De nuevo, me confirmó que no había forma de conocer la causa. Entonces me quedé en silencio y dije: "Vale, de acuerdo. Lo único que quiero saber es si puede pasarme lo mismo en el otro ojo".
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Ella también se quedó en silencio. Pero al poco asintió lánguidamente: "Sí", dijo, "puede pasarte". "¿Cuándo?", pregunté. "Mañana, dentro de quince años o quizá nunca", respondió. "Tendrás que aprender a vivir con ello", concluyó. Yo salí de la consulta y me eché a llorar.
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¿Por qué a mí? ¿Por qué precisamente cuando todo empezaba a ir bien, cuando había encontrado trabajo, cuando me acababa de mudar con una tía de la que estaba pilladísimo? En serio: ¿por qué la vida era tan injusta? ¿Qué había hecho yo para merecer aquella inmensa mierda?
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Este libro me ayudó mucho. Es el diario de W. N. P. Barbellion. Vivió en la Inglaterra de principios del s. XX. Su diario comienza como un cuaderno de campo, puesto que de niño soñaba con ser naturalista. Como Darwin. Sus primeras anotaciones son sobre mariposas y hormigas. pic.twitter.com/EevtlYRu6M
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Lamentablemente, sus sueños se truncaron porque, desde la adolescencia, comenzó a padecer extraños dolores y pérdidas de movilidad en las manos. Nadie supo explicarle por qué, ya que en aquella época su enfermedad aún no tenía nombre. Padecía esclerosis múltiple. pic.twitter.com/8nSMSBGs2b
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Lo interesante de su diario, que ocupa toda una vida, es cómo las inocentes anotaciones de un niño se convierten, con el paso de los años y la enfermedad, en una auténtica filosofía sobre la existencia. Sin pretenderlo, se convirtió poco a poco en el mejor observador de sí mismo.
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Ahora él era la mariposa. Y debía darse mucha prisa en sacar algo en claro de todo aquello porque la esclerosis, sin tratamiento, avanzaba inexorable. Y lo intentó, lo intentó con todas sus fuerzas. Se afanó en este diario como su única y puñetera misión en la vida.
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¿Sabéis cuál fue su última anotación antes de morir con treinta y cuatro años a causa de una enfermedad completamente demoledora y desconocida en su época?
"No he entiendo nada."
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Pero tiene otra anotación, también al final, que jamás olvidaré. Dice así: "He pensado que, cuando muera, al menos mis átomos vivirán para siempre en una estrella o quizás en la cola de un salmón. Y por algún motivo, eso me hace sentir inmensamente feliz". pic.twitter.com/RlZ9v8LF97
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"¿La muerte?", concluye desafiante. "La muerte sólo puede matarme".
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Os dejo el enlace por si queréis saber un poco más sobre él. https://t.co/WE8cqHJCei Sólo está en inglés, fucking shit. No obstante, recomiendo la lectura de su diario a todo el mundo porque, entre otras cosas, es uno de los libros más hermosamente escritos que he leído.
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Respecto a mí, pues bueno: un día, no recuerdo cuándo, dejé de llorar. Y poco a poco, comprendí lo más importante de todo: que a veces, simplemente, no hay nada que comprender. Suena fácil. Pero a mí me costó dos años mirar cara a cara a este abismo e invitarle a café.
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También aprendí que soy frágil y efímero. Soy una mariposa, por seguir con la metáfora de Barbellion. Y que ésta es mi única oportunidad en el universo. Entonces sucedieron dos cosas. La primera es que tuve una hija. Ahí van mis átomos. Jo. Es muy hermoso el drama de la vida. pic.twitter.com/r12CMEwKHJ
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
De vez en cuando, le pregunto: "¿Cuántas oportunidades tienes, Vera?" Y ella responde muy sonriente: "Una". Entonces los dos echamos la tarde jugando al Mario de la DS, para el que, felizmente, hemos hallado un truco con el que disponer de vidas infinitas.
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Y nada, qué más puedo decir. Han pasado casi diez años desde que perdí la visión de uno de mis ojitos. Pero el otro sigue funcionando. Y a veces, procuro dar las gracias. No a Dios, porque soy ateo. Doy las gracias al universo. O quizá a Dios. No sé. El caso es que las doy.
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Tampoco sé muy bien por qué cuento todo esto. Este relato carece de planteamiento, nudo, desenlace, flores, agua pura. No hay enseñanza alguna en estas palabras. Y quien crea que la hay, peca de iluso. No hay nada que aprender del abismo. Sólo puedes aceptarlo. Y seguir adelante. pic.twitter.com/Bsr4EZ7ySu
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Gracias por leer y seguir al otro lado ?
— José M. Campos (@cronopio1979) 10 de julio de 2018
Por cierto, que se me olvidó: la segunda cosa que sucedió fue que me convertí en escritor.
Pero ésa es otra historia.
— José M. Campos (@cronopio1979) 11 de julio de 2018
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